Revista Digital

El valor y la valentía del testimonio

Fuente: Teatrebarcelona

El teatro debe ser un lugar en el que quepa todo. Un todo que puede ser una obra comercial de ficción interpretada por los grandes nombres de la escena, o una obra alternativa de no ficción ejecutada por sus propios protagonistas, que no tienen por qué ser actores. En los últimos años cada vez son más los montajes del llamado “teatro documento”, que conectan al espectador directamente con la realidad, sin pasarla por el filtro de la ficción, y lo enfrentan a los personajes de las historias, gentes corrientes o extraordinarias, y que incluso, en algunos casos, no se trata de actores interpretando un papel, sino que son ellos mismos sobre el escenario.

Didier Ruiz, director de la francesa La compagnie des Hommes, estrenó hace casi dos décadas Dale recuerdos (je pense à vous), un espectáculo que recoge el testimonio de la gente mayor y sus vivencias. La gran particularidad de este montaje es que se trata de una obra distinta en cada lugar en el que se representa, ya que Ruiz trabaja con ancianos y ancianas del barrio, pueblo o ciudad donde esté el teatro en el que se hará. Mediante un anuncio en el periódico local, se buscan los no-actores de la obra: gente nacida antes de 1945 y que no sean ni hayan sido actores profesionales. Personas que quieran compartir sus recuerdos, los recuerdos de toda una vida. Después, algunos ensayos para trazar una estructura dramatúrgica sobre sus testimonios y organizar su entrada y salida de escena. Y el resto es la magia del teatro, de ese lugar de intercambio entre quienes se encuentran en el espacio de actuación y quienes están en el de recepción.

De este modo, y desde su estreno en 1999, Dale recuerdos ha sido montada treinta veces en lugares distintos del globo, desde la ciudad normanda de Elbeuf, hasta la capital de Guinea Ecuatorial, pasando por Santiago de Chile y siendo el último destino, por el momento, el Teatre Lliure de Barcelona, donde nosotros pudimos verlo. Allí, diez mayores del barrio de Gràcia, nacidos entre 1926 y 1941, ante un público entre familiar y desconocido, compartieron su memoria individual, que terminó formando un fresco de la memoria colectiva de una época, de un barrio, de un país. Los valientes que lo hicieron posible fueron: Neus Ballabriga, Elena Boy, Pepa Campà, Rosa Gallardo, Salvador Gaspar, Eugeni Llorens, Fernando Sesé, Teresa Fors, Mercedes Vallina y Francesc Valls.

Porque, realmente, hay que tener valentía para salir a un escenario, ante un público, a dar tu testimonio. Un testimonio que puede parecer intrascendente, pero cuyo valor reside, precisamente, en su cotidianidad, en los pequeños detalles que se comparten, en lo particular de cada uno, en lo auténtico. Porque esos intérpretes que contaban sus memorias rebosaban emoción y autenticidad. Una emoción y una autenticidad que, indudablemente, llegaba al espectador y le contagiaba. Porque la presencia de esas personas, sus cuerpos, sus voces, la presencia de esa verdad (sea lo que sea tal cosa) suya, otorgaba otra dimensión a los testimonios y lograba que la empatía fuera inevitable. Igual de inevitable que el salir del teatro pensando en todo lo que nos perdemos si no oímos a nuestros mayores; en todo lo que tienen que contarnos, no por transferirnos la sabiduría fruto de su experiencia, que también, sino para que la Historia que ellos han vivido, su intrahistoria, no se pierda, no caiga en el olvido cuando ya no pueda ser contada por sus protagonistas…

De modo que el trabajo llevado a cabo por Didier Ruiz −uno de los creadores contemporáneos más interesantes de la escena teatral internacional precisamente por su afán de hacer del teatro un lugar desde el que explorar identidades, desde el que recuperar la memoria− resulta más que encomiable. La puesta en escena, además, es de lo más sencilla pero de lo más efectiva, ya que da prioridad a las voces del recuerdo sin descuidar la parte técnica, la iluminación y el sonido, diseño de Maurice Fouilhé y Adrien Cordier, respectivamente. Propuestas como esta, tan viva y tan atemporal, merecerían siempre un lugar destacado en las carteleras teatrales, porque el teatro debe ser también un lugar para la memoria.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *