Llegó a consulta medio desahuciada. Armada con un corsé y ayudada por bastones fruto de las múltiples fracturas que había sufrido tras un suicidio fallido. Se le presentaba un caso complejo al psicólogo, el cual, no dudó en aceptar desde el primer momento por motivos profesionales y humanos.
Los seis primeros meses fueron duros y agotadores. Se respiraba una densidad profunda en el ambiente, pues la paciente que había sobrevivido a la muerte y la vida le ofrecía una segunda oportunidad para disfrutarla y vivirla al máximo, tan sólo quería morir. Planeaba un segundo suicidio de manera obsesiva porque ella no encontraba su lugar en este mundo, todo había perdido sentido para esta mujer. Es más, confesó al psicólogo que si había conseguido caminar de tan graves lesiones y roturas, era con el fin de matarse y terminar con esa sinrazón e insania que le machacaba noche y día.
También fueron momentos difíciles los primeros meses, porque en el caótico puzzle de la cabeza de la paciente, se había producido una especie de muerte neuronal o amnesia que le impedía rescatar recuerdos de su memoria y recomponer y reorientar su nueva vida. Estaba en blanco, anulada por completo.
El psicólogo le hablaba y ella parecía que no comprendía ni entendía. Se había convertido en una clase de autista, que no respondía a estímulos, reflejos, ni sentimientos y no reaccionaba ante nada más que la idea de la muerte.
Pero llegó el día en el que se produjo un giro inesperado en la sesión, algo asombroso y que fue el comienzo de la salida del túnel de la paciente. Él consiguió que esbozara una sonrisa y que riera de una situación cómica. A las risas le sucedió el llanto. Lágrimas de emoción porque como confesó al psicólogo llevaba cuatro años sin sonreír y sin ganas de reír; tampoco de llorar, pero con mucho sufrimiento y desgarro en el corazón. Su alma marchita le había bloqueado todo sentimiento.
Pasó el tiempo, los años. Siguieron trabajando intensamente y de manera perseverante. El proyecto era la vida de la paciente. Ella fue recuperando la memoria, las ganas de vivir, planteándose metas a corto plazo…Comenzó a deleitarse con las pequeñas cosas de la vida: una puesta de sol, una charla con un viejo amigo, una comida familiar, buena música.
Hasta que llegó a este punto y sin apenas darse cuenta, el psicólogo siempre le decía: ‘la vida no es tan complicada. Y las situaciones y problemas se manejan y resuelven de forma muy similar, ya sean económicos, afectivos o de trabajo. Sólo hay que pillar el truco a la vida para intentar ser lo más feliz posible. Se puede conseguir y tú lo conseguirás’.
La paciente emergió de su fragilidad, algo que emocionalmente le había trastocado los sentidos y le había llevado por el camino de la autodestrucción de forma inconsciente. Le había matado en vida.
Gracias a su fuerza interior y la ayuda del psicólogo, consiguió sacar una lectura positiva de su experiencia traumática. Verla como una experiencia más de vida. Consiguió amar la vida del hombre y sentirla como un regalo bendito. Adquirió otro prisma de la vida, en el que, entraban otros valores hasta entonces no tenidos en cuenta; y sobre todo, comenzó a crear y construir cosas. Emergieron ideas y proyectos.